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Soy un periodista de mierda

Sí, soy un periodista de mierda, debo admitirlo. ¿Han oído aquella frase de «mi madre era feliz pensando que era pianista en un burdel hasta que descubrió que era periodista»? La he oído en diferentes formas y reconozco, como les decía, que soy un periodista de mierda porque no sé de dónde sale —y San Google tampoco me ha aclarado nada—, aunque me fío del socialista José Bono que me aseguró que se trataba de una ocurrencia de Ernest Hemingway, solución que daré por buena.

Buena muestra de que soy un periodista de mierda (excrementum scriptor) es que hace unos días me han amenazado —no advertido, que no es lo mismo— con «emprender acciones legales» contra mi persona. Al principio me molestó, como siempre, pero al cabo de un rato ya se me había pasado. No es la primera vez, ni será la última. Uno entiende que cuando trata con políticos se expone a ello, es parte de la profesión. Lo que no deja de molestar es el matonismo presente en las amenazas —querida Aína Díaz, esto no va por ti—. Es un ejercicio de gangsterismo del que se sabe fuerte y poderoso, aunque no deja de ser una cutrez como cuando las folclóricas arremeten contra la prensa amarilla con aquello tan manido de «he puesto el asunto en manos de mis abogados», una chulería barata que huele a colonia falsa de los chinos.

Hay otro tipo de periodistas, el periodista borrego —que también es un periodista de mierda, pero borrego—, al que nunca le caen amenazas de querellas. El periodista borrego (oves scriptor) es dócil y aficionado al despiporre nocturno en compañía de políticos. No es infrecuente que pierda el olfato periodístico al carecer de nariz, ya que ésta ha quedado inservible después de tantas rayas de farlopa tamaño espagueti, de esas tan largas que obligan a derrapar la napia por la mesa hasta que huele a goma quemada. El periodista borrego suele alternar su condición de plumilla sumiso con el de asesor o jefe de comunicación de la cosa pública en función de los resultados electorales. Entonces muta del género scriptor al canis para convertirse en perro de prensa o canis iratus, aunque sigue siendo un periodista de mierda.

Los políticos tienen a sus periodistas de mierda favoritos. Cuando tu no estás en la carta de mierdas, de mierdas crianza e incluso de mierdas gran reserva, cuando eres una mierda joven, te puede pasar de todo. Cuando yo no era más que un periodista de mierda novato, hace ya muchos años, un político no solo me amenazó, sino que además me humilló en público. El resto de periodistas de mierda borregos allí presentes ni me echó un cable, ni tuvo una palabra reconfortante conmigo. El calvo cabezón ibicenco que se aprovechó de mi bisoñez e inexperiencia ahora está en la cárcel porque era amigo de una iluminada que plantaba botes de colacao en el jardín de su casa para ver si le germinaban y le daban unos  buenos cuartos. Llámenme mala persona, no lo siento por él. ¿Qué querían, compasión? Se lo recuerdo, soy un periodista de mierda.

Ahora anda por ahí un canis iratus que también amenaza con denunciarme. Miren, el hipsterismo marxista ha hecho mucho daño en el periodismo. Y hasta ahí, como diría Kiko Ledgard, puedo leer, que no me apetece volver a pasearme por los juzgados. La ultima vez que estuve en un juicio un abogado de UGT —y esto ya lo he contado en alguna ocasión— me escupió a la cara que «a usted deberían enviarle a la China de Mao para que lo reeducaran». A mi edad ya no estoy ni para emociones fuertes, ni para gilipolladas.

Como periodista de mierda experto en la materia, les cuento todo esto para que ustedes, papás y mamás que me leen, envíen a sus hijos a frecuentar prostíbulos y al conservatorio de música, cómprenles discos de Lennie Tristano o de Władysław Szpilman. Hagan lo que sea, pero no permitan que pisen la facultad de Periodismo. Mírenme a mí y eviten que sus hijos se conviertan en periodistas de mierda.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 none

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