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La necesaria autocrítica

Llevamos viviendo tiempos de turbación, de enfrentamiento y de engaño. Tiempos en que se sigue poniendo en entredicho nuestra propia identidad como pueblo, nuestra historia común, nuestra estructura organizativa y solidaria,  nuestro sentido propio de ser y estar en el mundo, nuestra adhesión a la verdad y a la libertad. Lo que ha estado ocurriendo, en mi opinión, debiera hacernos reflexionar para no volver a repetirlo. ¿Estaré reclamando algo imposible?

Ya sé que la clase política ha sido protagonista muy directa de cuanto hemos presenciado y padecido. También sé que en tal protagonismo cabe establecer modulaciones importantes. Soy consciente igualmente de la responsabilidad de la sociedad en todo el inmenso lío en que hemos estado metidos. Es la sociedad, el ciudadano, quien valida  -por acción o por omisión- la orientación, incluso en los aspectos más personales de su existencia, que quiere imponer el político. Es el ciudadano quien, en último término, apoya o no con su voto. Es el ciudadano quien suele interiorizar,  con excesiva facilidad y de modo habitualmente acrítico, cuanto le viene sugerido por las fuerzas políticas. Es también el ciudadano quien, con la apatía de la que, a veces, hace gala, se comporta como si las cosas no fueran con él. Todos tenemos, en mi opinión,  mucho que ver con lo que nos está ocurriendo.

Pues bien, el papel que, en todo este inmenso desorden y enredo, han venido jugando los medios de comunicación se me antoja decisivo. Creo sinceramente que, sin su colaboración, no habría sido posible su gestación. No se sorprendan. Es muy sencillo llegar a tal conclusión. Como vara de medir, pueden utilizar la que formuló Benigno Pendás sobre su función, a saber:  “Contar los hechos; difundir información veraz; decir la verdad sin miedo ni servilismo. Sin un genuino Tribunal de la opinión pública no hay democracia, ni libertad, ni es concebible el Estado constitucional. La opinión debe ser alimentada sin descanso por gentes con espíritu crítico, exigentes hasta el extremo acerca de la conformidad de la teoría con la práctica”. ¡Impecable!

Ahora, como ciudadanos responsables, se atrevan a dar un paso más, esto es, a aplicar con imparcialidad la explicitada vara de medir al modo como los medios  -hablando en general- contemplan y tratan la realidad política, social y ética que nos invade y condiciona. Ahora pueden preguntarse dónde queda o cómo se protege “el derecho del público a saber” o aquel principio de la Sentencia  New York Times v. Sullivan (1966)  según el cual “nadie... puede acudir al refugio del poder en contra de la verdad”.  La opinión –no faltaba más- ha de ser libre. Pero conviene, eso sí, que también sea rigurosa, desapasionada, imparcial, objetiva, no servil  y no sectaria. ¿Han detectado estas notas en su análisis? ¿Acaso, en el mismo, no han comprobado que los medios, supuestamente imparciales, no siempre dicen a todos lo que no quieren oír? ¿Se han preguntado por qué será? ¿Acaso no han apreciado que, a veces, se asiste a todo tipo de maniobras y tergiversaciones para ocultar ciertas cosas del poder, para no incomodar a quien lo detenta, o para secundar servilmente sus planteamientos y de este modo gozar de su privilegiado favor?

Existe, en efecto,  un periodismo –como afirma Jiménez Losantos-  “que tiende a banalizar el mal, siempre que el mal (….) sea de izquierda, separatista o proetarra”; que, con todo cinismo,  usa muy diferentes varas de medir en función del color político de quien protagonice la realidad; que ejerce, con la apariencia de imparcialidad, como lo haría un sectario militante de partido; que es incapaz de contradecir las mentiras que se ponen en circulación por los suyos; que sirve de vocero de tanta división y odio como se esparce por el cuerpo social. Esta es, por desgracia, una dimensión de la realidad actual de esta España desnortada. ¡Una verdadera pena!

Venimos  asistiendo, desde hace tiempo, a una maniobra diabólica, de verdadero ‘infernamiento’, que ha consistido en negar, odiar, separar, confrontar, dividir, destruir a medio cuerpo social. La izquierda radical y, aunque parezca mentira, la izquierda más centrada (ZP y Sánchez)  han brillado en tan nefasta actividad ¡La que han liado! Ha sido tan activa y persistente  –llevada a cabo con la complicidad de muchos socialistas- que, lejos de acabar con la derecha social y política, ha finalizado con la propia destrucción política del Sr. Sánchez y -¡ya veremos! si también del propio partido socialista. Pregúntense qué tanto de participación han tenido en su inoculación los medios de comunicación. ¡Cómo se puede, en los tiempos actuales, participar en esta especie de  guerra civilismo! ¿Cuándo se había contemplado tanto odio en la sede de la soberanía nacional como en la sesión de investidura del actual Gobierno?  ¡Mal, muy mal, vamos! ¡Este no es el camino!

Me  preocupa que tan anticristiana siembra de odio no haya merecido una valoración ética (serena, pero rotunda) por parte de los responsables episcopales ni por parte de muchos opinantes en los medios de inspiración cristiana. Parece como si no se hubiese advertido –a pesar de su evidencia- tan destructiva manera de ejercer la acción política. ¿Cómo puede guardarse silencio o cómo pueden proponerse a los demás, al pueblo en general, tales opciones políticas sin subrayar ni recriminar la presencia de tan negativo agente activo para el cuerpo social?
Por mi parte, hago mías unas muy recientes palabras de Julio L. Martínez, Rector de Comillas, que ofrezco para la reflexión de todos: “No tengo ninguna duda de que a la sociedad no se la sirve con fundamentalismos, ni con trincheras, ni sembrando odios. Sino buscando esos tres verbos que el papa Francisco saca de una manera u otra en sus discursos: "dialogar, discernir y construir". ¡Perfecto!

A pesar de todo, si hubiésemos aprendido la lección, el mal sería bastante menor. Me temo que, a la vista del cobijo que muchos han prestado a lo ocurrido en torno a la investidura del Presidente del gobierno, todo siga igual o muy parecido. ¡Qué argumentos manejan algunos, también en los medios de Mallorca, para explicar lo inexplicable! Siempre con la provocación y el enfrentamiento como bandera. Siempre con la alusión al nacionalismo y al supuesto expolico económico de otras comunidades. Sería deseable una cierta (y necesaria) autocrítica en los medios de comunicación sobre su papel real en la formación de la opinión pública. Está en juego la convivencia misma entre los españoles.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , , ,

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