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Los siete miedos de Felipe VI

Reconozco que me parece ridículo, pero rodean de tanto boato las apariciones del Rey que me veo obligado a recordar que se trata de alguien como cualquiera de nosotros.

Está hecho de carne, de huesos y de un hatajo de nervios a veces desatados que no pueden manifestar estrés. En una especie de simbiosis, protegen la Monarquía los bipartidistas corruptos de siempre, más los de Rivera por activa y los de Podemos por pasiva, pues no destacan la disolución de esta institución entre los objetivos importantes de su acción política. En resumen, solo los catalanistas plantean una República vinculada a la independencia que buscan. Entre las dos ilusiones podrían conseguir la mayoría política.

He visto varias veces tanto el último como sus dos discursos navideños anteriores, y he llegado a la conclusión de que el Rey, ahora, tiene miedo, mucho miedo. Un miedo que, por la novedad o por lo que fuera, no se reflejaba en sus gestos ni en 2014 ni en 2015.

Tiendo a ponerme en el lugar de quien hablo para intentar comprenderlo. En este caso, imaginaré que soy el Rey. A fin de cuentas, no lo soy gracias a la suerte de no haber nacido en la familia equivocada.

Como el título de este artículo no es únicamente una frase, repasaré los siete miedos que yo sentiría si fuera el Rey, y que estoy convencido que también siente el Rey que sí lo es.

Primer miedo: Catalunya

En mi caso, sólo por pensar que mientras se tramaba lo de que reinara mi padre a España le quitaron el Sáhara y que, ahora que comienzo a reinar yo, podemos perder Catalunya, tendría bastante miedo a morir de un infarto. Para los susceptibles, me refiero a lo que le podría pasar a mí corazón, no al de Felipe VI.

Hablando de lugares comunes, es habitual entre los mortales eso de pensar qué habremos hecho mal antes para no vivir mejor ahora. El Rey, que ya tiene un pasado como monarca, si le circula sangre por las venas no puede dejar de pensar en lo que no habrá hecho bien, o dejado de hacer, para que lo de Catalunya se siga estropeando, cada día un poco más.

El Rey tiene miedo porque está absolutamente seguro de que hay muchos más catalanes que quieren República de los que quieren Monarquía, y eso le interroga sobre qué es más importante, si la estabilidad de nuestras fronteras o la de su puesto de trabajo. Y, además, el miedo a la duda por no saber si encontrar la respuesta a esa pregunta sirve aún para resolver el problema, o ya no importa.

Además, el Rey sabe algo de Historia Universal y, si no, lo consulta en Wikipedia, como haría cualquiera. Y sabe que está escrito que, tras desgracias tan inmensas y seguidas como una guerra civil y una dictadura que nos pide que olvidemos, más una democracia corrupta que pretende que aguantemos, mantener las fronteras de un país tan grande y diverso como el nuestro sería un milagro. Y el Rey sabe también que los milagros no existen.

Por resumir sobre este primer y gran miedo, el Rey siente que lo que empieza a flotar en el ambiente es Tercera República o Monarquía sin Catalunya.

Segundo miedo: la corrupción familiar.

Usted, que está leyendo, y yo mismo también, tenemos o hemos tenido familia. ¿Se imagina usted si lo que ocurriera de puertas adentro de su propio e inviolable domicilio fuera motivo de cotilleo público, notorio y diario del vecindario? ¿Y se imagina tener un cuñado del que los vecinos pensaran que debería estar en la cárcel, por haber hecho trampas a la Comunidad de Propietarios? ¿Y tener una hermana también sospechosa? ¿Y que esa hermana, erre que erre, pueda meter la pata un día sí y otro también? ¿Y que los vecinos, los que le pueden dar o negar los buenos días, tuvieran la certeza de que toda esa fortuna ilegal la han amontonado gracias a las influencias familiares? ¿Se imagina que cada día los vecinos colgaran en la escalera y en el ascensor el escarnio contra usted y su familia?

Es bien cierto que tener una hermana corrupta puede ser una desgracia caída del cielo pero, ¿y lo de los amigos personales, libremente elegidos pero casualmente con tarjetas “black” para vaciar el cajero de todos sin pensar en las consecuencias? ¿Y lo de que todo el mundo se entere de tus confidencias con amigos como ese? ¿Y lo de tener que romper en público esa amistad?

En resumen, despertar cada día con el miedo a una nueva noticia, verdadera y sucia, sobre tu propia vida. Noticias, prensa, libertad, justicia, todo infinitamente más importante y necesario para la sociedad que la corona más bonita.

Tercer miedo: las víctimas del franquismo.

Tras el miedo por lo de Catalunya y la corrupción familiar, para el tercer miedo no nos ha hecho falta decir que Felipe es Rey por ser hijo de otro Rey, y que este Rey fue nombrado por el mayor criminal de la historia de España, por lo que sin esa maldición original él solo sería un español cualquiera, solo con sus miedos íntimos. Y no ha hecho falta porque él mismo nos lo ha recordado pidiendo que olvidemos el pasado, porque se sabe deudor, o cómplice por continuarlo, pues bien podría declararse objetor a cualquier clase de reinado. Pero no, asume un pasado de privilegio sustentado por dos golpes de estado, el del 36 triunfador y el del 81, solo aparentemente fracasado. Y no se le ha caído la cara de vergüenza mientras ofendía a las víctimas dedicando tiempo a un problema que no existe según su manera de verlo, solo para regalar los oídos de los que le protegen como Rey y que, como él en su discurso de Nochebuena, nos piden cada día que olvidemos lo mismo que nos pidió él. Por si las dudas, inmediatamente apareció Pablo Casado, otro de los del PP que se burla de los “abuelos”, declarando que el Rey había dicho lo de no abrir heridas, como si no hubiera antes que cerrarlas con la justicia que no llega. Que patéticas quedan las advertencias cuando los peligrosos no tienen golpistas armados que amenacen a los advertidos.

El Rey tiene miedo porque nuestros viejos son de la especie de los que no tienen nada que perder. Por eso, los de la Memoria Histórica le han denunciado ante el Defensor del Pueblo por intentar enterrar la memoria junto a las fosas donde aún siguen, tirados de cualquier manera, los muertos que mandó asesinar el que después repuso la Monarquía para que atara la libertad. También ha reaccionado la Asociación Convocatoria Cívica, promovida por personas como Sabina, Miguel Ríos, Mayor Zaragoza, Caballero Bonald, Baltasar Garzón, Isabel Coixet, Almudena Grandes y muchas otras admirables, que le han pedido al Rey que retire esas palabras franquistas de su discurso. Y, Rey, no van a parar hasta conseguirlo. Recuerde, Rey, la manera de hacerlo. Es muy fácil. Tiene usted muy cerca el pasillo de aquel hospital: “Me he equivocado. Lo siento. No volverá a suceder”.

Cuarto miedo: la audiencia descendente.

El Rey también sufre un miedo sutil, pero de esos que quitarían el sueño a quien sintiera alguna estima por sí mismo y por su condición. El Rey sabe, porque le informan, que cada vez menos españoles interrumpen lo que están haciendo para escuchar su discurso. Sabe también que millones no le quieren, y que otros cuantos solo le soportan. Seguir siendo Rey y estar absolutamente convencido de esa realidad solo es posible ofreciéndose el poder político coyuntural a cambio de protección. Por eso sabemos que el Rey no nos habría leído lo mismo con otro gobierno. Y solo hace dos años y medio que es Rey.

Quinto miedo: la soledad del anacronismo.

Otro miedo que el Rey experimenta viene dado por la conciencia del que sabe que forma parte de una especie en extinción. Representa la última monarquía en la orilla europea del Mediterráneo. Alguien argumentará que también está Mónaco. Perfecto. Se trata de un buen retiro para ex reyes y otros fracasados con la vida resuelta. Además de la corrupción familiar, no hay nada como lo obsoleto, y a cargo del presupuesto, que se preste mejor a la burla cruel y al chiste fácil, que proliferan hoy a tanta velocidad por las redes sociales. Nunca volverán los tiempos en los que a inteligentes como Mikimoto les puedan cortar la lengua por sacarle los colores a la Monarquía.

Sexto miedo: la nueva transición.

El Rey sufre también un miedo coyuntural, pero muy intenso. Sabe que España vive una época de transición, y que las transiciones pueden llevarse por delante a cualquiera, especialmente a cualquiera… que sea Rey en el siglo XXI. Tras cuarenta años de dictadura y otros cuarenta de monarquía corrupta, nadie sabe si el péndulo de la historia quiere pararse ahora en una época de libertad republicana. Pero lo que sí sabe todo el mundo es que, si se tiene que parar allí, se parará, caiga quien caiga. No merecerá la pena resistirse.

Séptimo miedo: ser parte de un decorado.

Con o sin Catalunya, corrupción familiar, anacronismo, transición o cualquier otra circunstancia que solo llena de miedo al Rey, pero que en cualquier otro ciudadano lo que provocan es crítica dura y, en muchos casos, repulsa, está la propia condición de la Monarquía como tal, cumpliendo un papel político innecesario y, por tanto,  perfectamente prescindible. Sus errores, inevitables e “in crescendo”, van a crear tensiones gratuitas que podrían romper los difíciles equilibrios entre partidos, lo que convertirá esa institución en una fuente de conflictos que chocarán con asuntos mucho más importantes.

El Rey tiene miedo de su propia condición, que es la de formar parte sensible de un decorado que un día, por un detalle mínimo, podría convertirse en moneda de cambio y, al final, él, púgil de pié, pero sonado, para que pueda seguir el espectáculo.

No quiero terminar sin sumarme a lo que otros han denunciado del discurso: el escándalo que significa lo de no dedicar unas palabras ni a la lacra de la corrupción ni a la de la violencia machista. Suspenso sin paliativos, Rey.

Las propuestas.

Para finalizar, no deberíamos escribir de problemas sin arriesgar con las soluciones. Como no vamos a conseguir nada, pediremos lo imposible.

Por una parte, mientras haya tantos votantes del PP, ese partido que tanto se esfuerza por mantener traumatizados a los españoles contra la palabra “República”, propondremos que España siga siendo un reino, pero sin monarca, ni corona, ni Familia Real. Parece irracional pero la idea me la ha dado el propio gobierno. No era el Día de los Inocentes, pero en la tele pude ver la última majadería que se les ha ocurrido: crear un modelo de currículum laboral oficial sin nombre ni fotografía, para obligar a tomar decisiones a las empresas sin tener en cuenta el sexo, ni la pinta, del candidato. Lo de siempre. Desconocer la verdad. Meter la cabeza debajo del ala. Ocultar la historia que interroga. Más valdría que a los aspirantes a políticos del PP les sometieran a la máquina de la verdad. Así, una vez en el poder, tendrían  menos tentación por meter la mano en la caja. Pues reino sin rey, que no hace ninguna falta.

Siendo realista, me temo que no me van a hacer caso con la propuesta anterior pero, al mismo tiempo, hay que tener en cuenta que el peligro de otro discurso real se aproxima a la velocidad de 365 días por año, ahora faltan solo 359, o menos. Como el Rey miedoso va a pronunciar solo lo que le guste al Gobierno de turno, solemnemente proponemos que todos los discursos navideños del Rey sean aprobados por unanimidad de los diputados del Congreso. De lo contrario, será mejor que no nos moleste con su rollo. Un solo diputado elegido democráticamente por el pueblo vale más que cualquier Rey en Nochebuena.

La tercera propuesta no va dirigida a los parlamentarios, sumidos en el desconcierto, sino al Rey personalmente. Usted sabe, Rey, que de siete miedos coincidentes y tan importantes, más los que no dan la cara y los particulares, no puede salir nada bueno. Además, son miedos que a nosotros no nos hacen sufrir, no nos movilizarán para salvarle a usted de ellos. Entonces, ¿por qué no decide acabar personalmente con tanto miedo? Abdique para siempre, dé ejemplo de sacrificio, monte una gran crisis institucional pero tranquila, que solo convocará a los políticos pero a todos, independentistas o no, y les obligará a reconstruir un entramado que no se sostiene. Esta crisis no la sufrirá ninguna empresa ni ningún trabajador, tampoco ninguna economía familiar. Abandone, diga que se acabó y cierre para siempre la herida que el origen de su condición significa en España. La sociedad española, la más traumatizada de Europa occidental, la que más daño se ha hecho a sí misma en los dos últimos siglos, no es capaz de hacerlo, pero necesita que se lleve a término. Es usted el único que puede.

Mucho mejor ahora que cuando tenga que ocurrir a la desesperada.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , ,

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