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¡Vergüenza y complicidad!

Lo ocurrido en la cabalgata de los Reyes Magos en Vic no puede pasar desapercibido ni taparse con el manto del silencio hipócrita. Aunque –como testimonia la vida desde hace ya tanto tiempo- esa haya sido la táctica habitual de nuestros obispos ante  ciertos desmanes del separatismo secesionista, no podemos guardar silencio por más tiempo. Se han desbordado todos los diques del sentido común y del respeto a derechos esenciales para la convivencia en paz. Esa actitud (la callada por respuesta) clama al cielo y los pone en evidencia.

Supongo –señores obispos- que reconocerán que estamos ante unas actuaciones de enorme gravedad y que ponen de manifiesto la falta de escrúpulos del secesionismo catalán. ¿Por qué, entonces, ustedes guardan silencio? ¿No les parece que, ante la tutela de los derechos de los niños, merece la pena arriesgar y hacer oír su voz? ¿Acaso no se está hablando y poniendo en cuestión  el  interés común mismo? ¡Ustedes mismos!

La preparación del evento de gran arraigo popular y su celebración han cuestionado, sin duda, el mal uso que se ha hecho –como en tantas otras

ocasiones- de los dineros públicos. Asimismo han servido –una vez más- para evidenciar  que  los medios de comunicación públicos  -secundados con la complicidad de otros privados- no han estado a la altura de la función constitucional que tienen encomendada: formar la opinión pública. Se han puesto, sin miramiento alguno respecto de la infancia, al servicio del llamado proceso soberanista. Han mostrado, igualmente, la verdadera actitud –no nueva, por cierto- del Gobierno catalán, que ha hecho caso omiso de un deber esencial: proteger a los más débiles, los menores. Y, para mayor inri, han puesto en la picota el papel de los obispos catalanes respecto de los métodos utilizados por el

secesionismo: ni siquiera  el uso partidista de los niños ha sido motivo suficiente  para alzar su voz. ¡Vaya vergüenza!

En Cataluña vienen ocurriendo muchas cosas, que, en modo alguno, son de recibo. Lo saben y contemplan a diario nuestros obispos, todos ellos, y, sin embargo, guardan silencio. No se respeta para nada la Ley, ni las sentencias judiciales. Todo es adoctrinamiento. Todo se manipula al servicio de la causa soberanista. Hasta la Cabalgata de los Reyes  Magos se ha utilizado para manipular ideológicamente a los menores, con violación clara de sus derechos.  ¡Lamentable!, como dijo, con razón, Albert Rivera. ¿Por qué callan, señores obispos? ¿A qué esperan o qué tiene que pasar para que ustedes exijan que se deje en paz a los niños en la Cabalgata, en los Centros educativos, en los ámbitos públicos?

¿Acaso piensan que todo vale si es a favor de la causa soberanista? ¿No son exigibles ciertos límites, sobre todo cuando están  por medio los derechos de los menores?

Me parece bien que se condene el aborto y se defienda el primer derecho del ser humano, el derecho a la existencia y a la vida. Me parece bien –aunque se sitúa en un plano muy diferente- que se critique a los padres que aplazan el bautismo de sus hijos al momento en que éstos pueden decidir por sí mismos. Pero, no puede negarse que, al mismo tiempo, no llame poderosamente la atención que el obispo de Vic, Romà Casanova, no pronunciase -en su glosa semanal del 5 de enero de 2017- una sola palabra sobre la polémica Cabalgata de Reyes Magos. ¿Qué o a quién temen, señores obispos? ¿Cómo explican y justifican semejante silencio?

¿Este modo de ejercer la función episcopal responde a la orientación que busca el papa Francisco? ¡Ustedes mismos!

Deseo terminar estas sencillas reflexiones con dos textos que reproduce Mons Omella en su pastoral sobre el bien común (7.01.2017), a saber:

a). “Todos los miembros de la comunidad deben participar en el bien común por razón de su propia naturaleza, aunque en grados diversos. (…) Los gobernantes han de orientar sus esfuerzos a que el bien común redunde en provecho de todos, sin preferencia alguna por persona o grupo social determinado, (…) poniendo especial cuidado de los ciudadanos más débiles, los que se encuentran en condiciones de inferioridad, para defender sus derechos y asegurar sus legítimos intereses” (Juan XXIII, Pacem in terris, n. 56).

b). “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses” (Francisco, Laudato si, n. 229).

¿Dónde, pues, reside el problema? Dicho con toda claridad: en el modo en cómo, ustedes señores obispos, entienden el ejercicio de su función pastoral.  Pueden seguir mirando para otro lado. Pueden entretenerse en reñir a los demás con abstracciones y formulaciones doctrinales. Pueden seguir empeñados en ‘la condena y la culpabilización permanentes’.

Pierden el tiempo. Nadie les hará caso. Eso sí, con tales divertimientos, de camino perderán la poca autoridad, credibilidad y fiabilidad, que les queda. Y, no solo  a propósito de este tema. Cuando se pierde la autoridad, se pierde en todo. ¿No se dan cuenta de ello?

No estoy sugiriendo que tomen postura en contra de la opción soberanista. Estoy hablando del método escogido y seguido  de modo impositivo para realizar tal opción. No todo vale, como es obvio. Menos aún, si, en ese recorrido, se están violando derechos fundamentales (incluso de los más débiles, los niños). ¿No afirma la doctrina de la Iglesia que la vida democrática  “tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son ‘negociables’”?

¿Acaso, señores obispos, no incluyen entre éstos los derechos de los hijos menores de edad y su tutela social en todos los ámbitos? ¿Acaso no están en juego, como ustedes dicen, ‘principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno’? ¿Por qué, entonces, guardan silencio?

Entiendo la incomodidad que, sin duda, supondrá no secundar, necesariamente, todas las acciones  que se impulsan a favor de la causa soberanista. Pero, como pastores, se han de revestir de ‘audacia profética’, de ‘parresía’, de ‘coraje testimonial’,  estar al servicio de los más débiles y en la defensa inequívoca de los derechos fundamentales de todos. Su silencio –no lo duden- se interpreta (no sin

razón) como  complicidad manifiesta y hace que muchos seguidores de Jesús sientan vergüenza de sus pastores. ¡Ustedes mismos!

Actualizado: 14 de marzo de 2022 none

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