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Mañana seremos viejos

Mi hija dice que cuando sopla el viento «las plantas bailan». La primera vez que vio un remolino dijo que era «un agujero en el agua». Me maravilla. Sí, es babeo de padre orgulloso, lo reconozco sin pudor, digan lo que digan del amor romántico, maternal, paternal o lo que quieran los amargados del Consell de Mallorca, una casa llena de gente que tiene una puta mierda de vida y que quiere que seamos tan desgraciados como ellos. Sí, adoro a mi hija y a su forma de hablar tan pura, fresca y llena de imaginación como solo pueden tener los niños.

Tal vez se le haya pegado algo de su abuela con la que pasa mucho tiempo. Mi madre —que escribe por el puro placer de hacerlo— es también una niña, grande, pero niña. Joder, qué buena es, me llega a dar envidia. En uno de sus poemas utilizó una agreste metáfora, brillante, enorme, una de esas de las que yo me pregunto con tanta envidia como resignación por qué demonios no se me ocurrió a mi. «Rugen las montañas como lobos hambrientos», escribió doña Carmen. Y aquí el vástago flipando pepinos ante tan poderosa metáfora, estruendosa, diría.

Los niños pueden ser capaces de las mayores crueldades y de las más nobles acciones, son personas que empiezan a transitar por esa senda hacia la muerte que llamamos vida. La juventud te vuelve gilipollas aunque por fortuna se pasa con la edad. Además de natural, ser joven y gilipollas está bien, hay que disfrutarlo. Luego viene eso que llamamos madurez —tiempo gris en el que nada es blanco o negro— y a pasos agigantados nos alcanza la ancianidad, ese lobo del que hablaba mi madre y nos aguarda paciente en las montañas de la senectud. Aúlla escondido, nos llama, nos dice que corramos bajo las copas nevadas de los árboles para adentrarnos en lo más hondo del bosque y no salir nunca más.

Los mayores de hoy ya no son seres prescindibles a los que se les aguanta más por fastidio que por respeto hasta el día en el que se van a la tumba. Al lobo cada vez le cuesta más hincarles el diente porque lo viejo ya no es caduco, puede parecer antiguo, pero demuestra que la experiencia es un grado. En propiedad, no es un grado, es el grado. Los mayores están más vivos que nunca. Han visto y saben más que los jóvenes. Nos empeñamos en tacharlos de retrógrados y medio tontos porque crecieron con Franco. Los tratamos de acomplejados cargados de prejuicios y traumas fruto de la represión nacionalcatólica. Estamos tontos… Si dedicáramos un tiempo a hablar con ellos en lugar de endosarles los nietos para que los lleven al parque, nos daríamos cuenta de muchas cosas. ¿Qué las pasaron canutas? Claro que sí, por eso debemos prestarles atención, porque nadie como ellos para alertar de lo que puede pasar si nos creemos mejores y más listos porque crecimos con agua corriente y electricidad en casa, cosas que no nos ganamos, lujos que ellos lucharon y nos dieron, por normales hasta la banalidad que nos parezcan hoy. También han vivido, han tenido novietes y novietas, han follado en el asiento de atrás de un coche o donde buenamente pudieran, se han tomado sus copas y han hecho lo que todo el mundo. ¿O creemos que nacieron viejos y carcas, que vinieron de serie con el pantalón de pana y la boina? Son cabezones…. Claro, ¿quién no lo sería habiendo visto pasar los años? Un día te despiertas y te das cuenta que le hablas a tus hijos como tus padres lo hacían contigo. Eso es la experiencia, la suma de triunfos y fracasos, de alegrías y dramas, de aciertos y errores, de amor y de dolor.

Querido lector, le suelto este rollo pseudoexistencial porque estoy hasta la polla del simplismo con el que nuestra sociedad trata a los mayores. Se me habren las carnes —sí del verbo abrir con hache, que así lo escribe ese hombre ilustrado, Baltasar Picornell, que tenemos por presidente del Parlamento de las Islas Baleares—  con el menosprecio que les mostramos. Parece que los únicos viejos enrollaos son los yayoflautas, que el resto son escoria franquista que vota al PP porque son unos paletos. Y no es así, en la vejez hay de todo y todo es respetable. Nuestros padres y madres, nuestros abuelos, tuvieron las pelotas de levantar y modernizar un país hecho trizas, con Franco o sin él, el mérito es suyo. No les podemos robar lo que consideramos logros de hoy y que les corresponden solo a ellos. Hagámonos la pregunta de qué hemos conseguido nosotros de lo que podamos estar orgullosos de dejar a los que nos sucederán. Pensemos en lo que hemos aportado y después valoremos si somos tan espléndidos como creemos porque en lugar de una humilde comunión de chocolate con ensaimadas llevamos a los críos a Eurodisney.

El día que la espiche y me vaya al otro barrio —espero que para jodienda de no pocos aún me queden muchos años de vida— quiero que mi hija se sienta orgullosa de mi y de mi esposa como yo hoy venero a mi madre. Mi hija aún es una niña, llegará el día en el que piense que soy un viejo pesado que no le deja ponerse una falda demasiado corta o que remuga aquello de «a las diez, en casa». Y se acordará de mis ancestros, y tendrá rabietas, y se rebelará. Y quiero que algún día también recuerde lo que le dimos, lo que le hemos dejado.

Mañana seremos viejos. Un viejo no es más que aquel que se reencuentra con el niño que fue. Y los niños, como los viejos, no tienen miedo a los lobos que acechan en la oscuridad del bosque.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , , ,

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