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De regreso a Sa Feixina

Visito Canal 4 Diario en Internet y me encuentro ni más ni menos que a la vicepresidenta del Gobierno de España, supongo que de regreso a Madrid tras hacerse unas fotos con los suyos y los de Ciudadanos en Barcelona, recibiendo a los de “Salvem sa Feixina” acompañados del senador Bauzá, antes provocador de la mayor manifestación ciudadana de la historia de las Baleares.

Antes de que se me olvide, sospecho en el haber de Soraya el montaje de la trampa del 11 de enero, con la que Rajoy se tomó la revancha de aquella que unos periodistas catalanes le pusieron a él, cuando durante aquel gobierno en funciones don Mariano tenía la “agenda libre”. Aprovechando que el gallego todavía no reconocería por teléfono la voz del nuevo catalán, le gastaron una de las bromas más atrevidas que se recuerdan y, de paso, consiguieron más transparencia política que todas las leyes que llevan esa palabra tan presumida en su título. Pero esto que escribo iba de otra cosa.

Como si de un fantasma redivivo se tratara, ha regresado a nuestros desayunos uno de los monumento que abandera el farmacéutico compatible, uno de los más famosos de España de entre todos los inaugurados por Franco. No en vano, aparece en la primera página de la opción “Nueva ventana de incógnito” para la búsqueda del genérico “monolito” en la nueva biblia del conocimiento en tiempo real, también  llamada Google. Ha vuelto a lomos de portadas sucesivas y páginas interiores, desde el pasado día 11, del periódico menos anti franquista -por lo que en el escriben muchos de sus articulistas- de los tres de papel que entretienen a los mallorquines cada día.

Decía que ha regresado y me reafirmo. Seguidor desde hace tiempo de las aventuras y desventuras del habitante más conflictivo, aunque inanimado, del pequeño parque al que tras tanta insistencia en permanecer casi le ha robado su nombre, camino del puerto palmesano, puedo demostrar que durante los más o menos 270 días transcurridos desde el 1 de enero hasta el 10 de octubre de 2016 aparecieron en la prensa mallorquina un mínimo de 254 documentos sobre el particular, y solo me estoy refiriendo a artículos de opinión, cartas al director, chistes y similares. Es decir, no incluyo las noticias redactadas por los periodistas a sueldo sobre manifestaciones a favor y en contra, ni las decenas de fotos todas similares o exactamente iguales, ni las declaraciones de políticos, ni las amenazas con lo de acudir a la justicia que no existía cuando se erigió, ni a las exposiciones en ARCA ni a cualesquiera de los otros muchos eventos que han jalonado de incidencias este contencioso, con inusitada intensidad desde el verano de 2015. Tampoco me hago eco, en esos dos cientos y medio de creaciones más o menos literarias, de los debates habidos en emisoras de radio y de televisión ni de los cientos de documentos que han aparecido en las páginas que, tanto los periódicos de papel como cualquier hijo de vecino que se lo proponga, ofrecen al mundo mundial a través de Internet.

Pero como si en la noche de aquel día 10 de octubre un misterio hubiera alterado al mismo tiempo y en el mismo sentido las pulsiones creativas de decenas de autores mallorquines, lo cierto es que en los más de 120 días transcurridos desde el día siguiente, el11 de octubre de 2016, hasta hoy mismo, la velocidad de casi un texto público por día ha decaído estrepitosamente a solo un documento cada mes. De hecho, he detectado únicamente cuatro artículos relativos al monolito, dos de Llorenç Capellá en UH y dos de Matías Vallés en DM, y uno de los del primer autor porque ha coincidido el 80 aniversario del crimen de guerra conocido como “La Desbandá”, en el que participó el buque de la marina llamado “Baleares”, donde iban embarcados los marineros que, posteriormente y en justa batalla naval entre ejércitos enfrentados, fueron derrotados y muchos fallecieron. Únicamente a favor de estos, pero no de sus víctimas, viajó el dictador a Palma un día de 1948 para inaugurar el monolito de Sa Feixina. Por cierto, y tratándose de una historia pendiente aún de desentrañar, nunca es tarde para pedir que alguien, si aún existe quien lo sepa, de explicaciones de por qué se consintió aquel abuso institucional, porque lo que sí se asegura es que se construyó mediante suscripción popular y no con cargo a los presupuestos del Estado. Más aún cuando, ahora que el franquismo ya no está de moda, lo de quien puso el dinero se repite, hasta la saciedad, como uno de los argumentos de los que pretenden que el símbolo permanezca. Nunca dejará de ser tal cosa mientras exista. Y por encima de cualquier otro significado.

El caso es que la campaña informativa de “El Mundo de Baleares”, iniciada con su portada del11 de febrero, no ha sido capaz aún de inquietar tanto los sentimientos como para reiniciar la batalla dialéctica sobre qué hacer con el monumento de Roca Simó. Precisamente, el segundo artículo de los de Vallés, publicado en DM el pasado viernes, ha sido el primero que parece responder a la nueva movida, aunque no lo cita expresamente. Tras emplear con esmero el sacapuntas, titula Matías “Cine antifascista en Sa Feixina” y propone un festival de lo mismo en ese entorno. Me sumo a la moción, pero no estoy de acuerdo con él cuando afirma que “el monumento franquista ofrece un lienzo magnífico para utilizarlo como pantalla”. Aunque comprendo que lo escribe para que nuestra imaginación esboce una sonrisa, toda proyección cinematográfica precisa una “pantalla” de verdad, y entonces es cuando me viene a la cabeza una de las últimas propuestas que inventamos en las postrimerías del debate que, durante 30 capítulos, es decir, semanas, mantuvimos Benet Bohigas y yo en “El Periscopi” desde el día 5 de diciembre de 2015 hasta el 8 de julio de 2016, cuando los calores del verano consiguieron, por fin, derrotarnos a ambos por igual y sin haber podido alcanzar ningún acuerdo.

Para que lo del cine pueda llevarse a cabo, propongo que construyamos, y con la piedra más blanca de todas, la mejor y más bella pantalla del mundo, de tal manera que rodee de norte a sur y de arriba abajo ese motivo que tantas pasiones levanta, para que no moleste con su presencia a quienes duele y, al mismo tiempo, puedan disfrutar de su compañía quienes lo desean, penetrando en ese silencio como el de los cementerios que tanto gustaba de imponer a quien lo inauguró y que, es de justicia reconocerlo, si él no hubiera nacido nunca, jamás de los jamases un monolito de la discordia como este se hubiera construido en nuestra ciudad.

Pero no sería correcto dejar al oportunismo de las coyunturas futuras lo que se pueda contar y ocultar de la verdad que rodea esa arquitectura urbana. Para evitar ese riesgo, deberán tallarse sobre la superficie pétrea de la gran pantalla los nombres y apellidos de cada uno de los marineros fallecidos en combate, que fueron cerca de 800. Y en otro espacio de la misma piedra, elegido de tal forma que unos y otros nombres se puedan mirar de frente, también los mismos datos personales de cada uno de los niños, padres y abuelos de ambos sexos, entre 3.000 y 5.000 se dice que fueron, que los 800 marineros del “Baleares” ayudaron a matar disparando contra ellos mientras huían, inocentes y desarmados, como si fueran patitos de feria sin feriante que los pudiera devolver a la vida.

Un proyecto como éste, u otro parecido, nos vacunarían de nuevo contra la peor enfermedad social de la especie humana. Ayudaríamos a la paz contemplando de verdad los horrores de la guerra. Quizás en este país nos habríamos matado mucho más, más aún de lo mucho que lo hemos hecho, si un Goya no hubiera pintado para nuestros corazones los fusilamientos del 2 de mayo, o si a un Picasso le hubiera faltado el Guernica. Y si este proyecto, u otro similar, no resultaran soportables, mejor será que el monolito se destruya para siempre. La historia, o se recuerda entera o se convertirá en mala madre de nuevas desgracias.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , ,

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