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La fama a martillazos

Si algún día me hago famoso y la palmo en el cenit de mi popularidad, por favor que alguien les diga a los madamases del Museo de Cera de Madrid que se ahorren una estatua en mi honor, que con la mano manca que tienen seguro que acabo hecho un Chewacca.

Mejor que le encarguen un retrato a la buena de Cecilia Jiménez para que borde un Ecce Homo a la altura. Aceptaría de buen grado una figura en el Madame Tussauds de Londres, que allí estuve a punto de pedirle un autógrafo al Brian Ferry de cera, que de tan real que era tenía hasta pelillos en el dorso de la mano. Tampoco le haría ascos a un monolito fálico en recuerdo de mi gallardía. No sé, lo podrían poner en Sa Feixina si tiran el que hay ahora. Podrían ponerle mi nombre al aeropuerto de Palma, o a un edificio de la Universidad, que anda no se iban a joder los catalufos de la UIB. Me parto solo de pensarlo. Ya que estoy, molaría tocar un poco los cojones después de muerto. Pero como no tengo la menor intención de morirme pronto —aunque mucho me temo que eso no depende exclusivamente de mí— voy a dejar de lado los homenajes póstumos para centrarme en el tema del día: la fama. ¿Todos queréis fama? Pues la fama cuesta, como decía la profesora Lydia Grant.

Aclaremos conceptos: fama, éxito y dinero son tres cosas diferentes que pueden darse juntas o no. Por ejemplo, uno puede ser un investigador científico de éxito sin ser famoso ni obtener dinero. O se puede tener pasta sin éxito ni fama. O se puede ser famoso siendo un gañán que se come los mocos y un perdedor nato. Lo que todos queremos es que las tres cosas vayan de la mano. No se engañen: todos hemos soñado con ser ricos, famosos y respetados. A todos nos gustaría que nuestra vida fuera llevada al cine y, en el caso de los maromos, nos interpretara Robert de Niro o, para las señoras; Nicole Kidman. Porque, claro, quién va a quererse ver en la pantalla con el careto de Danny de Vito o de Meg Ryan, que esta con la jeta de bobalicona que gasta y sus ricitos de oro, si le ponemos una lechugilla en el cuello es clavaíca a Carlos II, el Hechizado.

Les cuento este rollo por si tienen hijos chicuelines en esa edad difícil que va del pavo a la adolescencia y que no pocos arrastran hasta la treintena. Me encuentro con jóvenes cuyo único objetivo en la vida es ser famosos. Lo veo en todos los ámbitos.  Una vez un chaval de doce años me preguntó tras una charla que ofrecí en una escuela si yo era famoso. Le contesté que no y el chavalín puso una cara de decir «¿y entonces pa’ qué coño vienes a darnos la chapa?». Luego otro, con esa curiosidad infinita de los niños, se vino arriba y me preguntó qué debía hacer él para ser famoso, que era lo que quería. Para horror de los profesores presentes le recomendé que saliera con un martillo a la calle y le aplastara la cabeza a la primera abuela que se encontrara. Sería famoso, saldría en los diarios. Los alumnos rieron y entendieron que la fama no es nada en sí. Y entonces les solté la monserga de fama, éxito y dinero.

Tengo muchos ejemplos al respecto. Ahí va otro. No sé si ya se lo he contado —a veces me falla la memoria—, uno que me puso los pelos de punta. Hace ya bastantes años andaba —como suele ser— hecho una mierda y no se me ocurrió otra cosa mejor que presentarme a un casting televisivo para el programa Gran Hermano. Nos citaron a unas doscientas personas en un hotel del Paseo Marítimo y nos hicieron una serie de tests de cultura general, psicotécnicos y cosas de esas. Supongo que querían cribar o a los muy listos o a los muy tontos y quitar de en medio a los psicópatas. Con la primera criba nos dividieron en grupos de cuatro para que habláramos entre nosotros—dinámica de grupo, supongo— y luego nos pasaron a una entrevista personal. A mi me tumbaron ahí y no pasé a las pruebas de cámara.  En mi cuarteto había una chiquilla barriobajera  de poco más de los dieciocho, más o menos mona y no tan vulgar como para resultar una copia pintarrajeada de Amy Winehouse. Era razonablemente despierta y con un poco de educación hubiera podido pasar por una señorita. Desde luego no era tonta, aunque sus valores dejaban mucho que desear. Vivaracha y parlanchina, nos contó la razón por la que quería entrar en Gran Hermano: «mi ilusión es entrar en la casa, hacerme famosa, y con el dinero que saque ponerme tetas y salir en el Interviú». Entonces me pareció muy triste, pero hoy me parece de lo más noble, teniendo en cuenta que la cantera de actores y actrices de la industria pornográfica española se nutre de programas como Mujeres Y Hombres y Viceversa. Por lo visto la fama a la que aspiran nuestros jóvenes consiste en acabar chupando pollas a cuatrocientos pavos la escena. Me parece muy bien, cada uno se mete en la boca lo que quiere y cada uno se gana la vida como puede. Lo que no diría es que eso sea fama.

La empanada mental de los chavales es considerable. Ahora todos quieren ser youtubers, blogueras de moda, tener miles de amigos en las redes sociales. Imitan a sus papas, que son tan gilipollas que salen un día a navegar en una barca prestada que no pueden pagar y se hacen fotografías poniendo morritos y cara de gayer pasado de valium como los marineritos de los anuncios Jean Paul Gaultier.  Miden la fama por los likes de Facebook o por las interacciones de Instagram y exponen una vida que no tienen en un escaparate que no existe.

El bueno de Mariano tampoco ayuda. Regalar cursos, menospreciar la enseñanza de la literatura o del latín en la escuela, no es la mejor forma de educar a los jóvenes. Es el desastre de siempre. Y los de Podemos tampoco ofrecen ejemplo. Ahí tienen al picha brava de Pablo Iglesias cambiando de chati y premiando con carguitos a las que se pasa por la piedra. Si eso no es machismo, no tengo ni idea de qué demonios hablamos. Algo se le habrá pegado de los ayatolás.

Algo sucede cuando los chavales no distinguen las cosas, cuando da igual ser Kim Kardashian que una devoradora de nabos, o futbolista que youtuber…. Eso sí, todo sin trabajar. Joder, que la moda sea que los tíos se hormonen, no lleven calcetines en invierno con el frío que hace y escuchen reguetón o  la lepra esa del electro-latino en el móvil… Que lo haga un imberbe de catorce años, vale, pero un maromo camino de los cuarenta… De verdad que me da por añorar a un Atila que ponga orden en esto.

Los chavales están perdidos. Nosotros estamos perdidos.

Salgan a la calle con un martillo y encuentren la fama.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , ,

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