Para compensar aquella maldad, que tanto daño está haciendo, Pablo, jugador solo con ventaja, decidió crear un trance en el cual el PSOE no pudiera votar a Podemos, y ningún candidato mejor que él para provocar rechazo. Ojo por ojo, el rencoroso. En cambio, el portavoz del PSOE no le ha exigido a Iglesias retractarse públicamente de la votación contra Sánchez hace quince meses, como condición para hablar de nuevo.
Los cánones mandaban para hoy un Ábalos muy duro, para que mañana Pedro le curara las heridas a Pablo. Pero es que aquí ya no mandan ni los cánones.
Iglesias, que en mi opinión está políticamente acabado, lo tenía muy fácil para ganar moralmente una moción perdida. Si quería seguir en política, aprovechando la pregunta para el 1 de octubre en Catalunya podría haber prometido que, de salir elegido hoy, sacaría las urnas en toda España para elegir República o Monarquía, en plan órdago a la grande y de repente todos quietos, pero con una estrella nueva en el firmamento. Y si hubiera querido pagar la deuda pendiente con los españoles, podría haber pedido el voto a su favor del PSOE y Ciudadanos, ofreciendo a cambio su dimisión de todo al día siguiente, con reincorporación a la Facultad.
Su sacrificio habría servido para sacar al PP de La Moncloa. ¿O no era eso? En cambio, todo ha sido repetitivo y vulgar, hasta el punto de que esta vez ni siquiera Pablo Iglesias se ha dignado a regalarnos una sorpresa. Todo mal y, en las encuestas, solo mejorará Rivera.