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Lo problemático puede estar en ti

Cuando alguien pasa por la consulta  y le dejas que se explaye, adviertes de inmediato que, en muchos casos, estás ante una situación que es vivida de un modo altamente problemático. No se suele estar ante una situación muy objetivada. Lo problemático de la situación que te exponen radica, en realidad, en cómo la vive quien te la relata. Esto es, lo problemático (máxime cuando no se dispone de la versión de la otra parte) consiste probablemente en la vivencia, en la visión, en el modo singular en que cada uno experimenta y da curso a una determinada situación, en este caso, una concreta relación interpersonal de convivencia o de pareja en un momento dado.

Dicho de otro modo, un problema  -menos aún si es en torno a la relación que se mantiene con tu esposo/a, cónyuge o pareja- no es en sí mismo bueno, o malo, o problemático. Cuando alguien lo ve como problemático, puede ser todo un síntoma de que la relación se ha dejado pudrir durante demasiado tiempo, o no ha sido contemplada con perspectiva global, o lo es bajo el influjo y/o el apoyo de personas imprudentes o que han sufrido y salido amargadas de una convivencia rota y mal gestionada.

¡Ojo al Cristo que es de plata! ¡Cuidado con las amigos/as y/o la familia (madres, especialmente)! No olvides que es tu vida (no la de quienes te aconsejan) y cómo decides hacerle frente.

Un riesgo que corre cualquiera que se ve envuelto en estos quehaceres es precisamente no ser él mismo. Puede verse rodeado/a de un sin fin de sabios –que no lo son tal-, que acaban por emponzoñar la situación, ya de suyo complicada, que pueden lograr por hacer que uno se encierre apenado/a en la situación misma. Por este motivo, es muy importante acertar a la hora de elegir el asesor (Abogado) que te acompañe. No da igual uno que otro. Como no da igual ir a un profesional de la medicina que otro. No hay que fiarse demasiado de los consejos en tal sentido.

Hay que meditarlo y procurar acertar en la elección.

Pero, volvamos al tema central de nuestra reflexión de hoy. Es capital entender  -y aceptar- que lo importante, lo decisivo, lo fundamental de la situación familiar por la que se atraviese en un momento dado no suele radicar en la situación en sí misma, sino en el cómo la vemos y la vivimos, esto es, cómo la experimentamos. Experiencia que, en cualquier caso, también está muy matizada por la propuesta cultural imperante sobre el particular y por las variables familiares y personales que se manejen para construir un relato  -normalmente favorable a uno mismo- que lleve a conseguir adhesiones de los demás. Relato que, por otra parte, sólo puede ser eficaz en la medida en que cada cual lo hace suyo y se lo cree a pie juntillas.

Esto supuesto, un tercero con experiencia y tacto puede hacerte comprender que, de alguna forma y a pesar de todo, está en tus manos un camino o un proceso de salida, una solución a esa situación que  te tiene agarrado/a y te hace sufrir. Siempre es posible una visión diferente de uno mismo, del compañero/a de viaje, de la propia situación familiar. Comprendo que muchos crean que esto es muy difícil pues, como suele decirse, nadie sabe  mejor lo que pasa en su pareja que quien lo sufre.  A veces, si no sigues el relato que te cuentan, si lo cuestionas, si lo interpretas desde otra perspectiva, si lo enfrentas con un mínimo de coherencia y objetividad, si tratas de elevar el tono que escuchas, te sientes rechazado  y no tienes más remedio que reconocer que las cosas son como te las exponen. Pero, si eres coherente contigo mismo, si te comportas como verdadero profesional, a la vez que le das la razón tienes que subrayar que todo seguirá más o menos igual, que, viendo como ve las cosas, seguirá atrapado/a por la situación, seguirá sufriendo, seguirá, aunque opte por la ruptura, sin haber encontrado una solución positiva y deberá, en consecuencia, prepararse a asumir (y sufrir) las consecuencias sobre sí  y sobre los  hijos.

El peligro (y, a veces, el error) que se corre es incurrir en una solución ilusoria, que, para colmo, no suele darse nunca: que cambie el otro  su forma de ser pues es claro que el otro es el problema. Siempre pasa igual: se tiende a echar la culpa de lo que a uno le pasa al vecino. Mal diagnóstico, en principio. ¿Te lo has cuestionada alguna vez?

Vistas así las cosas, sólo son posibles tres caminos de solución. El primero consiste en dejar la relación, en la ruptura definitiva. El segundo le obliga a uno a ver las cosas de otro modo, diferente a cómo viene viéndolas y que le ha llevado a considerar la situación como problemática. El tercero es permanecer estancados, lamentando ambos la situación que ellos, en realidad, han creado y sufren emocionalmente.

El segundo camino no siempre es fácil de aceptar pues exige un cambio de perspectiva, una modificación en el modo como habitualmente vemos las cosas en la relación de pareja, un torcer el brazo.  La dificultad estriba en dejar a un lado lo que hasta entonces has creído y crees saber y ver en el otro, a quien, por supuesto, estimas conocer a fondo.

¡Cómo, entonces, vas a alterar tu visión!

Aceptar esta propuesta –este camino de salida- no es cosa de magia.

Tampoco consiste en tomarse unas cuantas pastillas. Es cuestión de realizar un trabajo. Probablemente, el que se debió realizar desde un principio de la relación y nunca se llevó a cabo. Aquí habría que recordar algo evidente,  muy subrayado por el papa Francisco: el amor es artesanal y la familia es un proceso en camino. Nada viene dado de antemano. Hay que crearlo y construirlo día a día por sus protagonistas, por los dos. Lo cual implica muchas cosas y, sobre todo, entender (y llevar a cabo) que todo puede importante. Se trata de compartir (en el día a día)  y enfrentar la verdad de cada uno con la verdad del otro, estar dispuesto a modificar lo que sea en un intento de adaptación que enriquezca el camino comprometido,  que, si se quiere satisfactorio, no pude recorrerse en solitario. Se trata de pensar más en cómo procuras la felicidad del otro/a que la propia.

Por otra parte, todos hemos de ser muy conscientes que nada es indiferente. Que las prejuicios, las creencias y convicciones, las experiencias propias interactúan, para bien y/o para mal, el modo de vivir y estar en la relación de pareja, el modo de experimentarla y, en consecuencia, el modo de sufrir o gozar en la misma.

¡El problema no es tal! En todo caso, tú puedes  ser el problema, debido a tu rigidez e insensibilidad  o a un planteamiento de tu relación de pareja, coja desde su inicio mismo. Piénsalo detenidamente. Aunque te haga sufrir, puede levarte a entender que el problema  -o lo que consideras un problema- puede ser, merced al trabajo de ambos, una maravillosa oportunidad para crecer como pareja. ¿Por qué no lo ves así?

¿Dónde está el problema? ¿Te lo has preguntado alguna vez?

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , , , , ,

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