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Carta a la ciudadanía: todos somos culpables

Señores ciudadanos:

Propio del ser humano es atribuir al otro todo aquello que nos perjudica, nos desagrada o nos violenta. El aforismo popular castellano reza: “La culpa es huérfana”. Quizás huérfana no es, pero seguro que nadie quiere ser ni su padre ni su madre. Seguro que nadie quiere responsabilizarse de las acciones que, de un modo u otro, causan perjuicios o desavenencias.

La crisis institucional catalana, sin duda la más grave padecida por la ciudadanía española desde la Guerra Civil, no ha surgido por sorpresa. Desde hace décadas se ha estado gestando una situación larvada por las envidias, los egoísmos y los apriorismos descalificatorios. Después de la dictadura franquista, la Constitución de 1978 intentó solventar el eterno problema del encaje territorial de Catalunya y Euskadi en España. 40 años después, el pacto surgido del consenso ha dejado de ser efectivo y ha sobrevenido la evidente ruptura.

Este hecho innegable, que ahora nos enclaustra en un callejón sin salida en el ámbito no solo de las instituciones políticas, sino también por la ruptura social, requerirá para salir indemnes del atolladero de imaginación y empatía. Mucha imaginación y mucha empatía entre las partes para evitar males mayores o rupturas definitivas que se están acunando en el ámbito del rechazo y el odio.

¿Y de quién es la culpa de haber llegado hasta aquí? Para unos, de los políticos catalanistas. Para otros, de los políticos españolistas. Para muchos, de los políticos, todos, de ambos lados y en general. La culpa es huérfana y nadie se quiere hacer responsable de los males que nos aquejan.

Sin embargo, lo que no podemos soslayar es que los signos de la inmediata catástrofe eran evidentes, que el enfrentamiento político crecía día a día, que la grieta de la ruptura social se iba agrandando… Y todos nosotros, la ciudadanía, asistíamos al proceso esperando el advenimiento de un ser sanador superior que nos solucionara el problema.

Los políticos que están protagonizando la mayor crisis institucional y social que padece nuestro país, llámenlo unos España y otros Catalunya, han llegado a sus poltronas gracias a nuestros votos. En sus programas electorales nos vaticinaban lo que harían en el momento de ocupar las instituciones. En los parlamentos y gobiernos han estado señalando el camino que recorrían. Por tanto, ¿de qué nos sorprendemos?

A los protagonistas de esta tragedia les hemos elegido nosotros. Nadie nos ha engañado. Nadie nos ha obligado a votar a unos o a otros. Nadie se debe sorprender, pues, de protagonizar ahora lo que los pasados hechos concatenados nos han aportado.

¿La culpa no es de nadie? La culpa es de la ciudadanía –de ustedes y de todos nosotros– que hemos asistido mayoritariamente como meros espectadores a la creación de un gran conflicto. Y fuimos espectadores cuando estaba en nuestra mano haber estado en primera fila como actores y exigiendo soluciones a los que hasta ahora solamente nos han causado problemas.

La grandeza de la democracia, sin embargo, se sustenta en la posibilidad de, pese a estar inmersos en la peor de la crisis, solventar las dificultades sin violencia y a través de la expresión de la opinión mayoritaria a través del voto. Y todos los ciudadanos tendremos en el futuro, seguro, una nueva oportunidad de expresar la opinión soberana a través de los sufragios. Es el momento ahora, pues, de informarse para, en el momento de la convocatoria legal, votar a aquellos políticos que nos aporten soluciones.

No lancemos una vez más por la borda la posibilidad de solucionar nuestros problemas. El futuro está en nuestras manos.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 none

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