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Ejemplaridad democrática

Está en el ADN de la izquierda la profunda convicción de su superioridad ética (indemostrada, por cierto). Tal creencia ha llegado a calar tan hondo en el cuerpo social y político que se ha impuesto como ortodoxia dominante. Incluso los ámbitos religiosos –por sorprendente que pueda parecer- tampoco se han librado de una cierta veneración hacía la izquierda.

A partir de semejante dogma, la izquierda exige, desde siempre, una admiración hacía ella sin asomo alguno de crítica. Es curioso. A quienes se presentan en virtud de tal tópico con tales señas de identidad, les molesta en extremo la crítica, sobre todo si no dice lo que ella quiere oír. Lo cierto es que, como constata la experiencia, la izquierda no acaba de aliarse con la verdad ni de entender que, “si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír” (Orwell).

Es entendible que el Gobierno socialista no se encuentre cómodo. Se ve cuestionado –y con razón- en su nivel ético, en su auto negada superioridad moral. “Sus virtudes auto atribuidas han quedado en duda con denuncias irrefutables de fraudes y mentiras” (Camacho). Como si la izquierda no hubiese practicado (es maestra en ello) todo lo que ahora   le irrita. Y, mucho más. La risa va por barrios. Algo vale que vinieron con exiguos votos del pueblo a limpiar, a sanear, a regenerar. Sánchez, dixit. ¡Ciegos, hipócritas y manipuladores, retratados!

No me parece necesario repetir ahora lo que todos sabemos por los medios, no obstante sus TV amigas.  Las sucesivas y ostentosas meteduras de pata difícilmente encuentran paragón. Ahí quedan, en tan pocos días de gobierno, esculpidas a fuego la caída de Montón, la tesis del plagio del Presidente, las amistades peligrosas de la Notario mayor del reino y el montaje societario del astronauta.  Si algo no es de recibo en un régimen democrático es faltar a la verdad y tomar al pueblo por imbécil. Ambos pecados los han protagonizado con reiteración, con sectarismo, con soberbia y con muy malos modos. Como les ha recordado Ramón de España, “sucedió lo de siempre y el PSOE la volvió a cagar”.

La reacción gubernamental aún ha sido peor. Se han lanzado a la defensa a ultranza de su aparente verdad frente a la evidencia de lo contrario.  Han desbarrado y se han columpiado. Han hablado (o amenazado) con ‘intervenir’ la libertad de expresión, garantizada por la Constitución. Sienten, al parecer, la necesidad de tomar  decisiones que les protejan. ¡Vaya vergüenza, Sra Calvo y Sra Celaá! ¿Qué pensaría Thomas Jefferson ante sus catilinarias?  ¿Recuerdan su dicho: “Yo prefiero tener Prensa  sin Gobierno que Gobierno sin Prensa”?  Probablemente, ni les suena. ¡Lo que hay que soportar!

Por si todo lo anterior no fuese suficiente para dudar de la ejemplaridad democrática del Gobierno, el pueblo contempla  la gestión del desafío en Cataluña con inquietud, miedo y preocupación. Usted, señor Sánchez,  tenía la solución, guardaba la llave que abriría la puerta de la concordia. Pues bien, ¡ya lo vemos visto, nada de nada!  Nunca las cosas han estado tan salidas de madre. La celebración del aniversario del 1-0 es ‘asumible’. Vaya, vaya, con el ministro Ábalos. A eso se le llama arrimar el ascua a su sardina.

Con Rivera le recuerdo las preguntas que nos hacemos los españoles:  “¿Dónde está Sánchez? ¿Dónde está el Gobierno de España? ¿Dónde está el Estado de Derecho? ¿Dónde está el Estado? ¿Cómo puede ser, porque es indignante, que el Gobierno de España ni esté ni se le espere? ¿Cómo puede ser que se deje en manos de los supremacistas como Torra a la población catalana?". ¡Medítelo con tranquilidad! Tenga un rasgo de ejemplaridad y convoque elecciones, como dijo en su día. ¡Ya está bien de marear la perdiz! ¡Ya está bien de tanto desgobierno!

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , , , , , , , , , , , ,

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