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No saber qué no se sabe

El problema de no saber no es propiamente aquello que se ignora sino ignorar qué no se sabe. Es totalmente aceptable e inevitable que no sepamos, pero es vergonzoso e intolerable que creamos que sabemos cuando no es cierto. Ese desconocimiento de la magnitud de aquello que no conocemos es tremendamente más serio que la ignorancia en sí, porque nos convierte en arrogantes, nos deja opinar intrépidamente, errando ostentosamente.

La sociedad contemporánea padece de este problema. Nunca como ahora creímos que teníamos la verdad, que conocíamos cómo nos intentan engañar, qué entendíamos lo que había detrás de esos líderes que parecen dominar el contexto. Y nunca como ahora hemos sido víctimas de los engaños más elementales sobre todo por haber bajado la guardia, por habernos relajado, por estar convencidos de saber.

La sobreoferta de conocimiento creemos que equivale a la comprensión de aquello a lo que accedemos cuando, en realidad, seguimos estando en manos de los manipuladores

Hay muchas razones para esta acumulación de estupidez: por ejemplo, el relativo bienestar económico de las sociedades occidentales nos conduce a asociar la facilidad que tenemos para vivir y vivir bien con una imaginada capacidad para comprender el entorno; la tecnología, accesible de forma prácticamente gratuita, nos persuade de que ya disponemos de todo el poder a un click de distancia; la saturación informativa, la sobreoferta de conocimiento creemos que equivale a la comprensión de aquello a lo que accedemos cuando, en realidad, seguimos estando en manos de los manipuladores.

Estos días leía en una web de temas raros con qué facilidad las técnicas más elementales del marketing nos conducen a comprar lo que no queremos. Y explicaba un ejemplo demostrado estadísticamente: para que los clientes compren un producto, siempre es mejor ofrecerle una versión ligeramente peor de ese producto a un precio prácticamente idéntico, lo cual convence al potencial comprador de que ha descubierto la mejor opción y, entonces, compra entusiasmado, eufórico, sin una reflexión adicional. Esto, conocido desde siempre, se aplica hoy masivamente no sólo en el marketing, sino en la construcción de ideas y pensamientos. No cuenta sólo la validez de una idea sino contra quién se posiciona, en qué marcó sociocultural la encontramos, a quienes acompaña. Es fantástico ver con qué alegría el público cree haber descubierto al malo en la narración, arrojándose sobre él con absoluta seguridad de tener a la víctima adecuada.

Es habitual encontrar gentes que pelean en contra de sí mismos, de sus postulados más básicos, simplemente porque no saben que no saben y sobre qué no saben

Los humanos siempre hemos necesitado de la reflexión para comprender qué había detrás de la verdad que nos presentan pero, en la actualidad, saturados y desbordados de información, el tiempo para analizar es mínimo de forma que nos oponemos o nos sumamos sin saber muy bien a qué, creyendo que sabemos, que es el peor error.

Es habitual encontrar gentes que pelean en contra de sí mismos, de sus postulados más básicos, simplemente porque no saben que no saben y sobre qué no saben. Todo un problema de los tiempos que nos han tocado en suerte.

Pocas veces como ahora ha sido tan fácil retorcer las emociones del público, porque pocas veces como ahora la mayor parte de nosotros nos arrojamos valientemente sobre aquello que alguien ha diseñado precisamente para que los ignorantes, convencidos de su sabiduría, creen haber descubierto con su sagacidad.

Actualizado: 14 de marzo de 2022 , , , , ,

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