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OPINIÓN/ La nefasta embriaguez de la sumisión

Días pasados de febrero, Arcadi Espada emitía en su columna de ‘El Mundo’ esta valoración: “Contra el populismo es imprescindible la verdad. Y la primera, es la verdad sobre los propios votantes. Pronto habrá un parlamento catalán donde los inútiles y los inmorales formarán amplia mayoría. Más allá de cómo se la distribuyan, ésa es la auténtica mayoría que surgirá de las urnas infecciosas”. ¡Duro, pero acertado, juicio!

Llevo muchísimo tiempo presenciando en silencio, aunque muy atormentado por dentro, el comportamiento de la clase política en general, de las instituciones públicas que se dicen democráticas, y del pueblo, que proclaman soberano pero que, todavía con efectiva mentalidad de súbdito, no acaba de enterarse cómo es degradado a la categoría de amorfa masa complaciente. Llevo muchísimo tiempo instalado en la esperanza de una reacción social (electorado), que finalice con tan irrazonable despropósito. Pero, para mi desconsuelo y desesperación, todo sigue, de momento, igual o, mejor dicho, peor cada día.

Esta es la realidad. España sufre una crisis existencial con diferentes y esenciales frentes abiertos, de muy difícil neutralización. La izquierda gobernante (social-comunista con separatistas de toda calaña) se ve incapaz de controlar y orientar en positivo, como ha denunciado Douglas Murray en su libro La masa enfurecida, “la locura identitaria que ha creado”. Su supuesta superioridad moral es, simplemente, de boquilla. Una vez más se demuestra que destruir y derribar es muy fácil. Todo el mundo sabe hacerlo. El problema viene cuando hay que sustituir lo derribado y construir algo nuevo y eficaz. Hoy por hoy la izquierda en España carece de políticos competentes. Es inútil negarlo. Basta con dirigir la mirada a la pléyade ministerial. ¡La incompetencia se ha hecho con el poder!

Me cuesta reconocerlo. Pero, no puedo por menos, si quiero ser coherente conmigo mismo y acallar las voces que, de no hacerlo así, sonarían en mi interior a traición. A diario me pregunto qué hacer y cómo salir del laberinto que nos aprisiona y aterroriza. En mi particular modo de ver las cosas, sólo existe una salida salvadora. Llevo tiempo, toda una vida, en mi lucha por suscitar en el elector una conversión fundamental. Al igual que Karl Jaspers al pueblo alemán, le digo, una vez más, al elector español: “¡Atrévete a ser responsable!”. Esto es, atrévete a pensar por ti mismo (dignidad humana) y superarás el tutelaje de terceros, que te utilizan a su antojo y te hacen cómplice, quiero pensar, de cuanto lamentas. ¡Atrévete a ser responsable! La verdadera solución en democracia está en las manos de los electores.

Permíteme, lector amigo, formular unas cuantas preguntas inquietantes a fin de motivar en todos una cierta reflexión razonable: ¿Cómo es posible que ciudadanos, en principio sensatos y honestos, puedan aceptar y apoyar muchas de las cosas que está protagonizando este gobierno? ¿Cómo aceptar y dar por bueno y responsable para el conjunto de la sociedad mucho de lo que contemplamos cada día? ¿Cómo es posible ser cómplice de la destrucción del propio sistema, que ha salvaguardado hasta ahora nuestras libertades? ¿Quién es, en verdad, el culpable? ¿Nos damos cuenta que lo que está en juego es la libertad? ¿No se te ha ocurrido pensar que la clave sanadora pueda estar en la moralidad y responsabilidad con la que emitimos el voto?

Piénsalo detenidamente. Ejercita tu razón, que para eso la tienes. Restablece la disposición para tu propia reflexión. Una vez más, hago mías estas palabras de Karl Jaspers: “ … no debemos dejarnos embriagar por sentimientos de orgullo, de desesperación, de indignación, de obstinación, de venganza, de desprecio, sino que tenemos que enfriar esos sentimientos y ver la realidad”. Todos juntos sin excepción, derechas e izquierdas. Pero, si seguimos los derroteros actuales y no nos caemos del burro, en el que venimos perseverando tozudamente, el desastre será la crónica de una muerta anunciada.

Personalmente, hago mías estas palabras de Arcadi Espada: “Mientras el votante siga considerándose un patético animalito inocente la democracia en Cataluña, y en todos los lugares donde se reproduce el plan, seguirá enferma”. Sin duda. Llevamos ya bastantes años en este juego tan peligroso. Siempre pendientes y sumisos con entusiasmo a las promesas mentirosas del salvador político de turno. ¿Es que no lo ves o no quieres verlo? Como dijera Karl Jaspers, “uno arroja la libertad en la embriaguez de la obediencia (…). Se produce luego la terrible desilusión, todo es mucho peor que antes, pero ya es demasiado tarde. Las puertas de la prisión se han cerrado”.

Me cuesta creerlo. No puedo entender ni aceptar que tantos ciudadanos, de derechas y de izquierdas, no quieran, a estas alturas del s. XXI, ser libres y responsables. Pero, por duro que pueda parecer, esta es la impresión que se detecta. Todavía no nos hemos sacudido las atávicas concepciones religiosas de sumisión y obediencia, propias de la cultura católica, que nada tienen que ver con la cultura propia de una sociedad democrática. Pero, aunque no queramos admitirlo, nos comportamos de ese modo. ¡Así nos luce el pelo!

Claro está que se puede, en uso de la libertad, persistir en el error, dar por buena la nefasta embriaguez de la sumisión y esperar que todo nos lo entreguen hecho. ¡Vaya irresponsabilidad! Luego, será demasiado tarde. Llegará, no vamos a ser la excepción, el momento en que nos sentiremos víctimas de nuestra propia culpa moral y política.

Actualizado: 14 de marzo de 2022

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